Cuando éramos pequeños, había muchas cosas que nos
gustaban del colegio. ¿Qué éramos nosotros sin el recreo, sin ese tiempo libre
que aprovechábamos para pasárnoslo bien con nuestros amigos? O esas clases de
Educación Física, cuando jugábamos al baloncesto, fútbol o beisbol con el pie;
como también las clases de Música y Plástica, que hacíamos cosas diferentes a
las que hacíamos en las otras clases, como tocar la flauta o pintar con las
ceras blandas. También nos encantaban las excursiones y salir de la clase en
cualquier momento…¡lo que nos gustaba perder clase!
Por otro lado, una de las ventajas que teníamos era
la cercanía que mostraban los profesores hacia nosotros, pues siempre estaban a
nuestra disposición cuando teníamos cualquier problema. Pero sin duda, lo mejor
de lo mejor eran las fiestas del colegio. Carnavales, obras de teatro de
Navidad, la Semana Cultural, fin de curso… en fin, la etapa del colegio fue una
de las mejores de nuestra vida, porque aparte de aprender, nos lo pasábamos genial.
Sin embargo, también había cosas que no nos
gustaban, como todo. Lo que más costaba era madrugar, con lo bien que se estaba
en la cama. Tampoco nos gustaba hacer exámenes, puesto que teníamos que
estudiar y eso nos quitaba tiempo de ir al parque o de jugar. Por último, esos
profesores tan anticuados, que no hacían nada nuevo para llamar nuestra
atención, tampoco nos agradaban, eran los profes “menos guays”.
Y ahora, cuando somos nosotros los profesores, los
que tenemos que ver lo que les gusta y lo que no a nuestros alumnos, ¿vamos a
ejercer nuestra profesión en base a lo que nos gustaba de pequeños?
Hay cosas que no podemos decidir nosotros, como no
hacer exámenes o no madrugar. Pero si podemos hacer que las cosas buenas
recompensen a las malas. Somos de esas futuras profesoras que nos gusta
innovar, y hacer todo lo posible porque nuestros alumnos aprendan a la vez que
se lo pasen bien. Seríamos como esas amigas mayores de nuestros alumnos, que
estaríamos ahí cuando necesitaran algo. Al igual que intentaríamos llevarlos de
excursión más a menudo para que aprendan a aplicar sus conocimientos en la vida
real; como también daríamos alguna clase fuera del aula, para que los alumnos
se motivaran. Creo que tendríamos bastante en cuenta los gustos de nuestros
alumnos, pues nosotras también hemos sido pequeñas y hemos querido que nos
tuvieran en cuenta.
En resumen, seríamos profesoras “guays” pero sin olvidar el fin de nuestra profesión, que es enseñar.
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